lunes, 30 de julio de 2007

Superficialidad y miedo

Foto: EFE
31 de julio de 2007. Los enemigos principales de los políticos son la superficialidad y el miedo. Ahora que se marchan de vacaciones, no estaría mal profundizar en estos temas para dar la talla a partir de septiembre, cuando empiece el curso del fin de la legislatura de Zapatero. Y digo fin porque cuando la superficialidad se convierte en una forma de hacer política, la casa acaba cayéndose sobre su propio peso.
El principal modo de hacer políticas superficiales es sacar la tarjeta de crédito del Estado e intentar pagarlo todo como si estuviéramos de rebajas: 2.500 euros por niño, y 1.500 euros mensuales a los etarras que dejen las armas. Según el modo banal en que Zapatero hace las cosas, al final te sale más rentable ser terrorista a sueldo que albañil en los andamios de las calles de agosto. La paga de Zapatero es como un sueldo de oro para toda la vida de los que regala Nestcafé. Cuando impera la superficialidad, los problemas de fondo persisten y se agravan: avanzan lo batasunos en el País Vasco y Navarra; se incrementa el número de pateras-cayucos que llegan a las costas españolas; continúan los incendios estivales; en los telediarios siguen apareciendo todos los días casos de maltrato doméstico; crece el consumo de cocaína entre los jóvenes, y se agravan las diferencias entre las comunidades autónomas. Ya no hay norte ni sur, sino socialistas y populares. Por su parte, en la oposición está el miedo a ser auténticos, políticos de una pieza, aunque para eso haya que dar un golpe sobre la mesa, lo que Prisa llamaría fundamentalismo de derechas o ultraderecha, que es más corto y encaja mejor en los titulares. El PP tiene miedo a hacer limpia para recuperar la fuerza de un partido que sabe construir España, como han demostrado Aznar y su equipo durante las dos pasadas legislaturas. Maríano Rajoy tiene la obligación de burlar el pánico escénico a parecer un totalitario a los ojos de la izquierda progresista. Una vez que se supera el miedo nacen los proyectos firmes, los programas estructurales, las políticas con peso. Miren a Francia: hacía falta autoridad y la consiguieron con el empeño de Sarkozy.

Ferraz, capital Moncloa

Foto: EFE
30 de julio de 2007. El pueblo elige a su presidente en unas elecciones generales. Después, el nuevo presidente piensa concienzudamente en cuáles serán sus más estrechos colaboradores y se hace una foto en las escalinatas de Moncloa con su nuevo equipo de gobierno. Unos días después, el ejecutivo resultante inicia el desarrollo de su legislatura con el único afán de servir a los ciudadanos... que decidieron votarles en aquel día de la tópica fiesta de la democracia. Así funcionan las cosas en España: busque las siete diferencias con el equipo de Sarkozy o de cualquier otro presidente más o menos cabal y posiblemente le salgan unas cuantas más.
Los gobiernos ya no son para los pueblos porque el arte de gobernar se ha convertido en una cosecha partidista que fomenta la división y rompe la cohesión del Estado. Pero no pasa nada, que cada palo aguante su vela. Ahora, los progresistas entienden que el gobierno es eso: sembrar confianzas sólo para los amigos del partido y recoger al menos los mismos votos cuatro años después. Por eso, al final, Moncloa se convierte en la sucursal principal donde se cuece lo que debería cocinarse honradamente en Ferraz.
Ejemplos no nos faltan. Echemos un vistazo a la prensa de este fin de semana para buscar a Narbona en los incendios de Canarias y la encontraremos salvando los muebles del Partido Socialista de Madrid. Analicemos el interés de la bien pagá de Carmen Calvo –una que fue ¡ministra de Cultura! – por retirarle los papeles de Salamanca a Castilla y León (PP) para dejarlo en casa de sus primos catalanes (PSC). O, por ejemplo, asombrémonos con el uso que hace De la Vega de sus funciones de portavoz del Gobierno: la fiesta del tiro al plato constante contra la oposición. Mezclar tanto se llama endogamia. Trabajar para media España con la recta intención de asegurarse el respaldo. A la otra mitad, que la zurzan con hilo verde. Echen un ojo a la legislatura y a ver dónde encuentran ese afán de servicio, esencial en la política, del que nos hablaban los sabios griegos. Más que a griego, al PSOE esto le suena a chino.