martes, 18 de diciembre de 2007

Herodes y Judas

Foto: EFE
18 de diciembre de 2007. Es una pena que tengamos en España un ministro de Sanidad que no ponga el grito en el cielo ante los infanticidios que se están cometiendo en decenas de clínicas abortistas. Siendo médico y habiendo hecho el juramento hipocrático, su compromiso por empeñarse en salvar vidas muere como una hoja de otoño. Ni siquiera las trituradoras remueven las conciencias. Aprovechando la ocasión, nuestros inteligentes y letrados políticos clarividentes se salen por la tangente con razonamientos así de sencillotes: "Para evitar que esto suceda en la clandestinidad, que las madres tengan que mentir, y que los médicos discrepen en sus funciones de la legalidad, ¿por qué no ampliamos los plazos para que se pueda perpetrar un aborto?". No sé. Es como hacer un agujero en la caja de los bancos para evitar que los ladrones empeleen la violencia en sus hurtos. Sin embargo, para el pobre niño acribillado entre dientes de metal, indefenso en manos de la crueldad más vil, ni Soria ni ningún otro miembro del Gobierno tiene una palabra de aliento. Qué fácil es morir en España. Qué desamparadas las cigüeñas. Cuánto Herodes en libertad sin fianza.
Un día, una semana, nueve meses. ¡Qué más da! Una vez que el hombre se pone a programar vidas, ni siquiera las vidas que nacen tienen sentido. Es de sentido común pensar que desde el primer momento, si no se ponen frenos, la persona es persona. Para ser honrado con las conciencias no hace falta tener fe. Basta con la coherencia: si montamos pollos contra la pena de muerte, si sacamos las pancartas contra las mutilaciones de las niñas africanas y se nos llena la boca hablando de derechos humanos y de solidaridad, por regla de tres tendríamos que repudiar el aborto y penalizarlo. Nos duelen las lágrimas en los ojos de un niño, pero a veces nos ciega la sinrazón para pasar de largo ante el grito mudo de un feto en el vientre de mamá.