martes, 24 de julio de 2007

El apagón catalán

Foto: EFE
24 de julio de 2007. Hemos estado tanto tiempo dándole vueltas al Estatuto Catalán que a la comunidad se le han fundido los plomos. Con tanto follón de lenguas, idiomas y dialectos; independentismos, nacionalismos, regionalismos y patriotismos, se nos ha ido de la cabeza que nos tocaba revisión de los contadores de luz. Por una parte, los políticos se han pasado demasiado tiempo dándose más vueltas que un trompo, liados en la señera, sin tiempo para ver lo que pasaba en la calle. Ahora, con el apagón tercermundista de ayer, al menos los dirigentes de Barcelona se habrán dado cuenta de que los ciudadanos están a dos velas.
Una vez más se abre el debate sobre la dualidad de intereses entre los temas que salen a la palestra en el Parlamento y lo que los ciudadanos de pie, los que sufragan sus nóminas, necesitan. Era más fácil pedalear sobre idealismos que bajar a la realidad de los enchufes y de la gestión del servicio eléctrico. Está claro: los políticos están en otra órbita, pero no porque se nos adelanten, vean venir nuestros problemas, triangulen y consigan soluciones para simplificarnos la vida... Están en otra onda por comodidad y por pereza. En el fondo, viven del cuento de "los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado", "el derecho a la autoderteminación de los pueblos" y "la formación de las conciencias con Educación para la Ciudadanía".
Pero más tarde o más temprano salta la chispa y se produce el escándalo: Barcelona, la gran capital de la moderna España, se pasa un día en tinieblas porque se pudre un cable. Huele a chamusquina entre sus responsables políticos, porque se han pasado los años hablando de sus iluminaciones separatistas y han apagado la voz de sus votantes. Se les ha puesto muy fácil bajar el interruptor y salirse por la tangente. Los políticos y los ciudadanos se han convertido en los dos polos opuestos que se repelen constantemente. Ahora, que paguen todos este recibo.