16 de enero de 2008
Gallardón no debía ser el número dos, pero tampoco debería dejar la política. Le hace falta al PP para pegar el estiró que necesita para el 9-M, le guste o no le guste a los hombres prudentes de Génova. Sin embargo, el anuncio de su retirada, además de provocar sensación de alivio en las filas de Zapatero, también ha sido la prueba del 9 de que Gallardón es un profesional de la política encantado de haberse conocido, capaz de pisar a quien se ponga por medio para impedirle llegar a su objetivo. Y eso, todo lo contrario al talante comercial del presidente este que hemos tenido en estos cuatro años de sudor y lágrimas.
Seguramente, en Génova le haya propuesto ir en las listas por Madrid sin ser el número dos, reservado para un Pizarro que puede levantar a muchos descreídos del partido de Rajoy, pero Gallardón no nació para segundos platos. No acepta ninguneos y se va -si se va- sollozando mientras aprieta los dientes dando un portazo. Para él es una humillación no haber conseguido su reto y anuncia que dejará la política -con mis ojos lo vea- por lo que afronta como un fracaso personal. A estas alturas, un hombre con la inteligencia del alcalde de Madrid -varios niveles por encima de cualquier ministro de Zapatero- no ha entendido que al fútbol se juega en equipo. Él quiere ser la estrella de su ilusión.
Es posible que Gallardón sea un buen trabajador, un buen político y una buena persona. Sin embargo, en el PP no está el horno para aguantar a diputados que van por libre. ¿Puede un codicioso de los cargos y un político más centrado en su ego que en el servicio a la sociedad ser un buen presidente del Gobierno? No. Punto. Así, mejor que se vaya ahora a que las pase canutas en el hipotético caso de que se le ponga en bandeja de plata un puesto nacional. Digo yo.
Gallardón no debía ser el número dos, pero tampoco debería dejar la política. Le hace falta al PP para pegar el estiró que necesita para el 9-M, le guste o no le guste a los hombres prudentes de Génova. Sin embargo, el anuncio de su retirada, además de provocar sensación de alivio en las filas de Zapatero, también ha sido la prueba del 9 de que Gallardón es un profesional de la política encantado de haberse conocido, capaz de pisar a quien se ponga por medio para impedirle llegar a su objetivo. Y eso, todo lo contrario al talante comercial del presidente este que hemos tenido en estos cuatro años de sudor y lágrimas.
Seguramente, en Génova le haya propuesto ir en las listas por Madrid sin ser el número dos, reservado para un Pizarro que puede levantar a muchos descreídos del partido de Rajoy, pero Gallardón no nació para segundos platos. No acepta ninguneos y se va -si se va- sollozando mientras aprieta los dientes dando un portazo. Para él es una humillación no haber conseguido su reto y anuncia que dejará la política -con mis ojos lo vea- por lo que afronta como un fracaso personal. A estas alturas, un hombre con la inteligencia del alcalde de Madrid -varios niveles por encima de cualquier ministro de Zapatero- no ha entendido que al fútbol se juega en equipo. Él quiere ser la estrella de su ilusión.
Es posible que Gallardón sea un buen trabajador, un buen político y una buena persona. Sin embargo, en el PP no está el horno para aguantar a diputados que van por libre. ¿Puede un codicioso de los cargos y un político más centrado en su ego que en el servicio a la sociedad ser un buen presidente del Gobierno? No. Punto. Así, mejor que se vaya ahora a que las pase canutas en el hipotético caso de que se le ponga en bandeja de plata un puesto nacional. Digo yo.