5 de noviembre de 2007. Puente de todos los santos y de los difuntos. Noviembre, mes de las tumbas engalanadas con flores de colores vivos. Parece una paradoja; pétalos sobre la piedra fría de nuestro familiares y amigos fallecidos para celebrar nuestra pena. Para muchos. días de luto, pero para muchos otros en todo el mundo jornadas de recuerdos y de esperanzas después de un punto y seguido preparados para el punto final.
¿Pensarán los políticos en la muerte? Ya me perdonarán si escojo un tema demasiado tétrico para empezar esta semana. Es el tema de la calle. Noviembre en otoño, y hojas que caen balanceándose, unas tras otra. Y un día, una de esas ramas que caen secas al asfalto del correteo asfixiante, seremos tú y yo. Hemos de reconocer que esta es la única verdad que por mucho que subjetivicen los titulares de la prensa, sus mismas páginas de esquelas no recuerdan los 365 días del año.
Un político español medio está muy cerca de la muerte: la muerte del sentido común, el fallecimiento de la necesaria implicación con el ciudadano de la calle, el óbito de las buenas formas, de la capacidad de diálogo. Para el político común, sin embargo, resucita el ego de pisar más fuerte, de estar por encima, de tener el mando de la situación, de gritar más alto... En definitiva, cuando la política y la voluntad de servicio se divorcian, como vemos cada día que pasa en nuestro querido país, entonces hay que entonar un requiem.
Pero después de la muerte viene la resurrección. También los políticos pueden cambiar las cosas, aunque de entrada nos parezca un imposible metafísico. Más allá de los intereses partidistas y del aburguesamiento que provoca el poder, está esa capacidad de trabajar por los demás sin esperar recibir votos a cambio. Lo decía Platón y lo han dicho, desde entonces, muchos bienpensantes: un buen político tiene que ser una referencia para la sociedad. Aunque los nuestros disten de esa imagen modélica que requerimos todos, siempre hay lugar para la esperanza. Seguro que de este maremagnum de políticas cutres y profesionales políticamente enfermizos despuntan líderes que se atrevan a poner los medios para rechazar la comodidad y devolver a la vida a un sistema democrático en que cada vez creen menos españoles. Está de su mano: o dejan de vivir de las urnas o acabarán en una urna ellos y los sistemas políticos manoseados de occidente.
¿Pensarán los políticos en la muerte? Ya me perdonarán si escojo un tema demasiado tétrico para empezar esta semana. Es el tema de la calle. Noviembre en otoño, y hojas que caen balanceándose, unas tras otra. Y un día, una de esas ramas que caen secas al asfalto del correteo asfixiante, seremos tú y yo. Hemos de reconocer que esta es la única verdad que por mucho que subjetivicen los titulares de la prensa, sus mismas páginas de esquelas no recuerdan los 365 días del año.
Un político español medio está muy cerca de la muerte: la muerte del sentido común, el fallecimiento de la necesaria implicación con el ciudadano de la calle, el óbito de las buenas formas, de la capacidad de diálogo. Para el político común, sin embargo, resucita el ego de pisar más fuerte, de estar por encima, de tener el mando de la situación, de gritar más alto... En definitiva, cuando la política y la voluntad de servicio se divorcian, como vemos cada día que pasa en nuestro querido país, entonces hay que entonar un requiem.
Pero después de la muerte viene la resurrección. También los políticos pueden cambiar las cosas, aunque de entrada nos parezca un imposible metafísico. Más allá de los intereses partidistas y del aburguesamiento que provoca el poder, está esa capacidad de trabajar por los demás sin esperar recibir votos a cambio. Lo decía Platón y lo han dicho, desde entonces, muchos bienpensantes: un buen político tiene que ser una referencia para la sociedad. Aunque los nuestros disten de esa imagen modélica que requerimos todos, siempre hay lugar para la esperanza. Seguro que de este maremagnum de políticas cutres y profesionales políticamente enfermizos despuntan líderes que se atrevan a poner los medios para rechazar la comodidad y devolver a la vida a un sistema democrático en que cada vez creen menos españoles. Está de su mano: o dejan de vivir de las urnas o acabarán en una urna ellos y los sistemas políticos manoseados de occidente.