8 de octubre de 2007. Dice el catedrático José Blanco, según El Mundo, que el PSOE trama un cambio sustancial en su próxima campaña electoral: el que antes era ZP, ahora pretenden que sea D. José Luis Rodríguez Zapatero, hombre de Estado. Es como ser Llamazares e intentar que la opinión pública considere que es un político trascendente en España, o ser Almodóvar y dar la impresión de no ser un obseso sectario. O, sin ir más lejos, es como ser Pepiño Blanco y esperar que las audiencias entiendan que estamos hablando de un señor ilustrado con capacidad para ostentar el cargo que ocupa de rebote.
Sin embargo, en política hay muchas cosas que son negras y que los medios afines se encargan de que sean blancas. Por ejemplo, el futuro de Zapatero como hombre de Estado es negro, y Pepiño quiere que sea blanco, como si los ciudadanos fuéramos tan tontos como para no saber que el presidente del Gobierno es más bien todo lo contrario: un experto en destruir la fama de España dentro, fuera y allende los mares de la península. Si no fuera por el reconocido papel internacional del Rey, ni siquiera los pocos amigos que nos quedan se dejarían fotografiar con el líder socialista.
Si Pepiño Blanco y sus creativos pretenden que los españoles veamos a Zapatero como un hombre de Estado, posiblemente se refiera a que debemos reconocerle al presidente un afán inusitado por la división del país, por enrolar a los republicanos violentos en el discurso nacional, por arremeter indirectamente contra la figura del monarca y por vaciar la conciencia histórica de un país que ha perdido la cualidad de la sangre que siempre ha circulado por sus venas. Más que hombre de Estado, ZP es un vampiro en estado de hombre. A lo mejor, plantear así la campaña electoral tiene incluso más futuro...
Sin embargo, en política hay muchas cosas que son negras y que los medios afines se encargan de que sean blancas. Por ejemplo, el futuro de Zapatero como hombre de Estado es negro, y Pepiño quiere que sea blanco, como si los ciudadanos fuéramos tan tontos como para no saber que el presidente del Gobierno es más bien todo lo contrario: un experto en destruir la fama de España dentro, fuera y allende los mares de la península. Si no fuera por el reconocido papel internacional del Rey, ni siquiera los pocos amigos que nos quedan se dejarían fotografiar con el líder socialista.
Si Pepiño Blanco y sus creativos pretenden que los españoles veamos a Zapatero como un hombre de Estado, posiblemente se refiera a que debemos reconocerle al presidente un afán inusitado por la división del país, por enrolar a los republicanos violentos en el discurso nacional, por arremeter indirectamente contra la figura del monarca y por vaciar la conciencia histórica de un país que ha perdido la cualidad de la sangre que siempre ha circulado por sus venas. Más que hombre de Estado, ZP es un vampiro en estado de hombre. A lo mejor, plantear así la campaña electoral tiene incluso más futuro...