Foto: EFE
3 de marzo de 2008
La semana que viene, a estas alturas, ya sabremos quién habrá ganado las elecciones, y esperemos que también quién será el presidente del próximo Gobierno. Y se trata de una semana decisiva porque no hay nada claro salvo que la grieta entre las dos Españas es cada día más pronunciada desde que José Luis Rodríguez Zapatero fomenta la división a cara de perro con sonrisa diabólica.
Dice hoy El Mundo que el PSOE saca 4 puntos al PP con una participación que sube hasta el 77 por ciento. Estoy convencido de que subirá notablemente la participación, pero no tengo muy claro si será tan a favor de los socialistas. Hay mucha gente, más de la que parece, que tantea la posibilidad de confiar su voto a Rosa Díez, y muchos de ellos, quizás cambien el destinatario de su voto el mismo día 9 para respaldar a Mariano Rajoy: no por ser líder del PP y lo que eso representa, si no por no votar de nuevo a Zapatero y conseguir que su voto sea útil.
El miedo reina entre los que han sufrido en estos cuatro años de despropósitos porque el clima electoral da alas para que el líder socialista revalide otra temporada en La Moncloa, y eso, a pesar de que muchos socialistas de toda la vida y mucha otra gente nada sospechosa de intimar con la derecha, reconocen que Zapatero ha sido el peor presidente de la democracia. Lo dirán en breve los libros de Historia. Pero los españoles somos así: igual que votamos al más raro y al más cutre para que nos represente en Eurovisión, somos capaces de elevar a las alturas al estereotipo del antipolítico y a sus fieles secuaces: una panda de golfos asaltadores de la estabilidad de España. Este tipo resignado a ser el último de la clase en cualquier país europeo es la panacea del votante español: el mismo que pondrá esta noche cara de no haber roto un plato cuando no quedan platos íntegros en la despensa estatal.
Se acaba la legislatura y debo volver a señalar que no entiendo el papel que el Rey ha tenido en estos cuatro años. Es verdad que D. Juan Carlos ni se llevó bien con Adolfo Suárez ni con José María Aznar, y sin embargo apostó claramente por su amistad con Felipe González y su transigencia irresponsable con las irresponsabilidades de Zapatero. No sé muy bien a qué juega el monarca: se supone que él debe velar por la unidad del país, y sin embargo se ha pasado cuatro años callando. Se supone que debe respaldar su monarquía, y sin embargo apoya el republicanismo izquierdoso radical del presidente del Gobierno. Sin catastrofismos, creo que el Rey se ha equivocado mucho y acabará pagando no haber defendido a España como se merecía el país y haber dejado solo a Rajoy en esta pelea. Precisamente este es el argumento más eficaz para apostar por el líder del PP, que contra viento y marea, cuando lo fácil es rebajarse a las reivindicaciones nacionalistas, ha sido un garante de la unidad del país, de sus valores y de sus esencias. Es duro pero esta actitud ha sido posible, incluso a pesar de Zarzuela.
lunes, 3 de marzo de 2008
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