11 de junio de 2007. Mariano Rajoy ha decidido aparcar el terrorismo como arma de destrucción masiva contra Zapatero, a pesar de que es una realidad nacional que estamos preocupados con la campaña de verano de ETA. Pero visto que los medios de comunicación decidieron que hablar sobre la banda terrorista en el Congreso era argumento suficiente como para decir que perdió el combate del Estado de la Nación, el líder popular ha hecho públicas medidas económicas muy interesantes para el español de a pie que, además de ser interesantes, son fiables. Se distancia así de su "afán de crispación", secundum Prisa. Si estas propuestas fueran de Pepe Blanco, entenderíamos que es una iniciativa electoralista nacida para morir sepultada entre titulares, pero si lo dice Rajoy, la gente de la calle confía en que se hará realidad en cuanto llegue a la presidencia del Gobierno. Entre otras cosas, porque El País le recordará estas iniciativas desde el mismo momento en el que las urnas hayan apostado por el cambio en Moncloa.
Es curioso, pero la sociología funciona así. Los hombres del Partido Popular son más creíbles, salvo evidentes excepciones. Lo demuestran muy bien personajes como Rodrigo Rato: deja el FMI y empieza la batalla entre las empresas por conseguir incluirlo en la dirección de sus plantillas. Cuando una gran empresa apuesta por un político, lo hace porque genera confianza, eficiencia y buenos resultados económicos. En el caso del PSOE, las cosas van por otros derroteros. Salvo honrosas excepciones, cuando Simancas dejó la presidencia del PSM, cuando Bono dejó de ser ministro de Defensa, cuando Calvo cedió la cartera de Cultura a César Antonio Molina y cuando Trujillo vendió sus minipisos a Carmen Chacón, ninguna empresa se ha lanzado a conquistarlos, al menos que yo sepa.
Es curioso, pero la sociología funciona así. Los hombres del Partido Popular son más creíbles, salvo evidentes excepciones. Lo demuestran muy bien personajes como Rodrigo Rato: deja el FMI y empieza la batalla entre las empresas por conseguir incluirlo en la dirección de sus plantillas. Cuando una gran empresa apuesta por un político, lo hace porque genera confianza, eficiencia y buenos resultados económicos. En el caso del PSOE, las cosas van por otros derroteros. Salvo honrosas excepciones, cuando Simancas dejó la presidencia del PSM, cuando Bono dejó de ser ministro de Defensa, cuando Calvo cedió la cartera de Cultura a César Antonio Molina y cuando Trujillo vendió sus minipisos a Carmen Chacón, ninguna empresa se ha lanzado a conquistarlos, al menos que yo sepa.