martes, 17 de julio de 2007

Lifting popular

Foto: EFE
17 de julio de 2007. Como estamos de campaña, empecemos las quinielas por el final. Supongamos que Zapatero no consigue convencer en ocho meses a los electores de lo mal que lo ha hecho en estos tres años sufridos hasta el momento. En ese caso, salvo que las deficiencias de la ley electoral acaben consagrando a Munar o a Zabaleta como presidentes del Gobierno, Rajoy tendría todas las papeletas para entrar en La Moncloa. Una vez que ese paso se consume, el líder del Partido Popular debe formar su gobierno, que ahora es como hacer un soduku: hay que tener en cuenta la ley de paridad (esa que De la Vega ahora ha preferido no respetar), combinarla con nuevos rostros, gente joven, la conveniente ración de independientes y la necesaria representación por autonomías.
Ese será el momento en el que Rajoy, necesariamente, deberá soltar lastre: Javier Arenas, Federico Trillo, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Piqué... Empezaría entonces en nuevo PP, el que requieren los votantes. Como es de bien nacidos el ser agradecidos, a todos estos señores les daríamos las gracias por los servicios prestados y les haríamos entender que su tiempo en el partido ha concluido. Ellos mismos serán conscientes de la falta que hace una renovación. En ese caso, habrá que dejar claro que el cambio que quieren los votantes es una regeneración de las personas, no de la ideología.
Como decía, cuando Rajoy entre en La Moncloa, después de que su señora cambie los muebles, empezará el baile de nombres para conformar los ministerios. Propongo unos cuantos: Jaime Mayor Oreja, María San Gil, Francisco Camps, Lucía Figar, Pío García Escudero, Pilar del Castillo, Manuel Lamela, Miguel Ángel Belloso, Rodrigo Rato, Alejo Vidal Cuadras, Carlos Aragonés, y Juan Costa. Soraya Sáenz de Santamaría y Nacho Uriarte serían nombramientos demasiados precoces. Aguirre y Gallardón son necesarios en Madrid, aunque de sus gobiernos también pueden salir unos cuantos nombres propios, pero entonces se rompería la cohesión territorial en el ejecutivo, una tontería que se inventó Zapatero para elegir más que a los mejores, a unos dirigentes del montón.