17 de septiembre de 2007. Leo EL Mundo los domingos para leer la carta de Pedro Jota. Por casualidad, porque no suelo hacerlo, la verdad, leí "La Tronera" de Antonio Gala, que en un alarde de originalidad la titulaba "Laicismo" y atacaba como perro de presa los privilegios de la Iglesia Católica en España. Su tesis estaba fundamentada en 14 líneas de periódico utilizando más la voluntad en forma de pasión desenfrenada, que su fina inteligencia. Venía a decir que "en una democracia todas las religiones deben respetarse por igual" y que "hacer distingos es infringir la Constitución", cosas con las que estoy totalmente de acuerdo, pero para él estas sentencias eran la piedra de toque para morder con rabia. De paso, para quitarse el muerto de encima, cita al ilustre Peces-Barba para decir que la Iglesia Católica no merece ni agua "dada la beligerancia de cardenales y obispos... contra cualquier progreso".
La verdad es que el sistemático estudio de Gala no tiene desperdicio. Si no fuera porque parece una cuestión manida que igual podría haberse escrito hace 20 años, parecería que el afamado escritor del bastón y los fulares es una veterano reaccionario buscando la chispa de la juventud y del progresismo atacando a una institución acostumbrada a poner la otra mejilla.
El discurso de Antonio es una recopilación de injusticias. Cada línea de su recuadro está escrita con la amargura del resentimiento. Él sabe perfectamente que la Iglesia Católica en España no se respeta. Es más, otras creencias minoritarias están más respaldadas por la Administración. Hay ataques más eficaces que retirar las ayudas financieras... Gala debería saber que son los católicos los que sufren los distingos, los que volverían a las catacumbas si fuera por el interés del progresismo del que habla el escritor. Su discurso es anacrónico y desfasado: el tópico de los cardenales y los obispos inquisidores del Santo Oficio ya no cuaja,a pesar de los novelistas oportunistas y cansinos, y si no, que pregunte a los corresponsales de prensa del Vaticano. Es más, si Gala relee sus palabras, se dará cuenta de que el Gobierno de Zapatero es el primero en infringir la Constitución en muchos casos, también en su empeño por marginar el credo mayoritario de los españoles.
El tono de Gala muestra una herida abierta en la conciencia que quiere cerrar con letras de esparadrapo. Salvo que los libros de Educación para la Ciudadanía digan otra cosa, la visión de España y la Iglesia Católica del veterano escritor están forjadas con caracteres de molde de naftalina. Quizás le convenga saber que, en España, en el siglo XXI, si estás en contra del matrimonio homosexual eres un homófobo radical; si te quejas de las imposiciones morales del Gobierno, un fundamentalista ultraderechista y desestabilizador de la democracia. Quizás le interese entender que en este país las cosas han cambiado. De hecho, las nuevas generaciones a lo mejor ni le conocen. Ahora, si llevas una cruz en el pecho eres un provocador para los progresistas que queman fotografías de la Familia Real; si eres católico practicante, eres un blanco fácil para los programas de la televisión, un guión perfecto para montar películas blasfemas y escribir todas las barbaridades del mundo vomitando tinta para todas las editoriales nacionales.
Si Gala fuera un reaccionario veterano y un verdadero amigo del progresismo, entonces utilizaría su sabia pluma para ir contracorriente y defender, al menos, la libertad de las conciencias, anteponiendo las razones del corazón a la pasión desbocada que ofusca el sentido común. La cabeza no puede estar las 24 horas del día y los 365 días del año en el Mundo de las Musas, porque entonces empezamos a no distinguir la apasionante realidad en la que vivimos.
La verdad es que el sistemático estudio de Gala no tiene desperdicio. Si no fuera porque parece una cuestión manida que igual podría haberse escrito hace 20 años, parecería que el afamado escritor del bastón y los fulares es una veterano reaccionario buscando la chispa de la juventud y del progresismo atacando a una institución acostumbrada a poner la otra mejilla.
El discurso de Antonio es una recopilación de injusticias. Cada línea de su recuadro está escrita con la amargura del resentimiento. Él sabe perfectamente que la Iglesia Católica en España no se respeta. Es más, otras creencias minoritarias están más respaldadas por la Administración. Hay ataques más eficaces que retirar las ayudas financieras... Gala debería saber que son los católicos los que sufren los distingos, los que volverían a las catacumbas si fuera por el interés del progresismo del que habla el escritor. Su discurso es anacrónico y desfasado: el tópico de los cardenales y los obispos inquisidores del Santo Oficio ya no cuaja,a pesar de los novelistas oportunistas y cansinos, y si no, que pregunte a los corresponsales de prensa del Vaticano. Es más, si Gala relee sus palabras, se dará cuenta de que el Gobierno de Zapatero es el primero en infringir la Constitución en muchos casos, también en su empeño por marginar el credo mayoritario de los españoles.
El tono de Gala muestra una herida abierta en la conciencia que quiere cerrar con letras de esparadrapo. Salvo que los libros de Educación para la Ciudadanía digan otra cosa, la visión de España y la Iglesia Católica del veterano escritor están forjadas con caracteres de molde de naftalina. Quizás le convenga saber que, en España, en el siglo XXI, si estás en contra del matrimonio homosexual eres un homófobo radical; si te quejas de las imposiciones morales del Gobierno, un fundamentalista ultraderechista y desestabilizador de la democracia. Quizás le interese entender que en este país las cosas han cambiado. De hecho, las nuevas generaciones a lo mejor ni le conocen. Ahora, si llevas una cruz en el pecho eres un provocador para los progresistas que queman fotografías de la Familia Real; si eres católico practicante, eres un blanco fácil para los programas de la televisión, un guión perfecto para montar películas blasfemas y escribir todas las barbaridades del mundo vomitando tinta para todas las editoriales nacionales.
Si Gala fuera un reaccionario veterano y un verdadero amigo del progresismo, entonces utilizaría su sabia pluma para ir contracorriente y defender, al menos, la libertad de las conciencias, anteponiendo las razones del corazón a la pasión desbocada que ofusca el sentido común. La cabeza no puede estar las 24 horas del día y los 365 días del año en el Mundo de las Musas, porque entonces empezamos a no distinguir la apasionante realidad en la que vivimos.