martes, 6 de noviembre de 2007

Iconoclastia

Foto: EFE
6 de noviembre de 2007. Asesinar la caligrafía para ganar unas elecciones. Qué ruin el que ose a manera tan cruel de homicidio, y qué ruin el que declara al culpable cuando utiliza las letras para colgar del madero a las personas: unas veces con ira y fuego, otras dejándoles morirse de frío ante las páginas heladas de la indiferencia. Así es nuestro Cebrián, la cabeza visible de El País: hoy por la derecha y mañana por la izquierda, con cambios voluntaristas de imagen, con nuevas dosis de centro y con un inusitado interés por hacerse notar en estos últimos y eternos meses de campaña electoral.
Es verdad que Zapatero no respeta ni la lengua, ni los símbolos, ni la patria. Es un iconoclasta: un rebelde sin causa en busca del enredo perdido. Pero lo malo es que quema imágenes de la tradición española con las cerillas de la irracionalidad, a pachas con nuestro popular José Blanco, que en breve sustituirá a la flamenca y el toro de Osborne como icono de una nación retro con ínfulas de grandeza progresista ahogada en la horterada constante y en la zafiedad: es ese país en el que los que pisan fuerte son los que viven en el mundo de las ideas vacías.
Pero en fin, un presidente del Gobierno no debe estar para estas nimiedades... porque así tendrá más fácil no estar ni en un sitio ni en el otro. Él prefiere ahora permanecer en el anonimato sonriente de las cuñas radiofónicas vendiendo humo electoral de promesas cumplidas desde las ondas. Él está más cómodo en las vallas publicitarias utilizando la lengua de los signos para respirar de manera artificial en esta última época. Tiene miedo. Igual que Cebrián. Por mucha imagen de distrofia relacional que escenifiquen, todos sabemos que Zapatero y El País se necesitan por que son los mismos perros con los mismos collares. Deontología gramatical, divino tesoro.