31 de julio de 2007. Los enemigos principales de los políticos son la superficialidad y el miedo. Ahora que se marchan de vacaciones, no estaría mal profundizar en estos temas para dar la talla a partir de septiembre, cuando empiece el curso del fin de la legislatura de Zapatero. Y digo fin porque cuando la superficialidad se convierte en una forma de hacer política, la casa acaba cayéndose sobre su propio peso.
El principal modo de hacer políticas superficiales es sacar la tarjeta de crédito del Estado e intentar pagarlo todo como si estuviéramos de rebajas: 2.500 euros por niño, y 1.500 euros mensuales a los etarras que dejen las armas. Según el modo banal en que Zapatero hace las cosas, al final te sale más rentable ser terrorista a sueldo que albañil en los andamios de las calles de agosto. La paga de Zapatero es como un sueldo de oro para toda la vida de los que regala Nestcafé. Cuando impera la superficialidad, los problemas de fondo persisten y se agravan: avanzan lo batasunos en el País Vasco y Navarra; se incrementa el número de pateras-cayucos que llegan a las costas españolas; continúan los incendios estivales; en los telediarios siguen apareciendo todos los días casos de maltrato doméstico; crece el consumo de cocaína entre los jóvenes, y se agravan las diferencias entre las comunidades autónomas. Ya no hay norte ni sur, sino socialistas y populares. Por su parte, en la oposición está el miedo a ser auténticos, políticos de una pieza, aunque para eso haya que dar un golpe sobre la mesa, lo que Prisa llamaría fundamentalismo de derechas o ultraderecha, que es más corto y encaja mejor en los titulares. El PP tiene miedo a hacer limpia para recuperar la fuerza de un partido que sabe construir España, como han demostrado Aznar y su equipo durante las dos pasadas legislaturas. Maríano Rajoy tiene la obligación de burlar el pánico escénico a parecer un totalitario a los ojos de la izquierda progresista. Una vez que se supera el miedo nacen los proyectos firmes, los programas estructurales, las políticas con peso. Miren a Francia: hacía falta autoridad y la consiguieron con el empeño de Sarkozy.
El principal modo de hacer políticas superficiales es sacar la tarjeta de crédito del Estado e intentar pagarlo todo como si estuviéramos de rebajas: 2.500 euros por niño, y 1.500 euros mensuales a los etarras que dejen las armas. Según el modo banal en que Zapatero hace las cosas, al final te sale más rentable ser terrorista a sueldo que albañil en los andamios de las calles de agosto. La paga de Zapatero es como un sueldo de oro para toda la vida de los que regala Nestcafé. Cuando impera la superficialidad, los problemas de fondo persisten y se agravan: avanzan lo batasunos en el País Vasco y Navarra; se incrementa el número de pateras-cayucos que llegan a las costas españolas; continúan los incendios estivales; en los telediarios siguen apareciendo todos los días casos de maltrato doméstico; crece el consumo de cocaína entre los jóvenes, y se agravan las diferencias entre las comunidades autónomas. Ya no hay norte ni sur, sino socialistas y populares. Por su parte, en la oposición está el miedo a ser auténticos, políticos de una pieza, aunque para eso haya que dar un golpe sobre la mesa, lo que Prisa llamaría fundamentalismo de derechas o ultraderecha, que es más corto y encaja mejor en los titulares. El PP tiene miedo a hacer limpia para recuperar la fuerza de un partido que sabe construir España, como han demostrado Aznar y su equipo durante las dos pasadas legislaturas. Maríano Rajoy tiene la obligación de burlar el pánico escénico a parecer un totalitario a los ojos de la izquierda progresista. Una vez que se supera el miedo nacen los proyectos firmes, los programas estructurales, las políticas con peso. Miren a Francia: hacía falta autoridad y la consiguieron con el empeño de Sarkozy.
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