30 de julio de 2007. El pueblo elige a su presidente en unas elecciones generales. Después, el nuevo presidente piensa concienzudamente en cuáles serán sus más estrechos colaboradores y se hace una foto en las escalinatas de Moncloa con su nuevo equipo de gobierno. Unos días después, el ejecutivo resultante inicia el desarrollo de su legislatura con el único afán de servir a los ciudadanos... que decidieron votarles en aquel día de la tópica fiesta de la democracia. Así funcionan las cosas en España: busque las siete diferencias con el equipo de Sarkozy o de cualquier otro presidente más o menos cabal y posiblemente le salgan unas cuantas más.
Los gobiernos ya no son para los pueblos porque el arte de gobernar se ha convertido en una cosecha partidista que fomenta la división y rompe la cohesión del Estado. Pero no pasa nada, que cada palo aguante su vela. Ahora, los progresistas entienden que el gobierno es eso: sembrar confianzas sólo para los amigos del partido y recoger al menos los mismos votos cuatro años después. Por eso, al final, Moncloa se convierte en la sucursal principal donde se cuece lo que debería cocinarse honradamente en Ferraz.
Ejemplos no nos faltan. Echemos un vistazo a la prensa de este fin de semana para buscar a Narbona en los incendios de Canarias y la encontraremos salvando los muebles del Partido Socialista de Madrid. Analicemos el interés de la bien pagá de Carmen Calvo –una que fue ¡ministra de Cultura! – por retirarle los papeles de Salamanca a Castilla y León (PP) para dejarlo en casa de sus primos catalanes (PSC). O, por ejemplo, asombrémonos con el uso que hace De la Vega de sus funciones de portavoz del Gobierno: la fiesta del tiro al plato constante contra la oposición. Mezclar tanto se llama endogamia. Trabajar para media España con la recta intención de asegurarse el respaldo. A la otra mitad, que la zurzan con hilo verde. Echen un ojo a la legislatura y a ver dónde encuentran ese afán de servicio, esencial en la política, del que nos hablaban los sabios griegos. Más que a griego, al PSOE esto le suena a chino.
Los gobiernos ya no son para los pueblos porque el arte de gobernar se ha convertido en una cosecha partidista que fomenta la división y rompe la cohesión del Estado. Pero no pasa nada, que cada palo aguante su vela. Ahora, los progresistas entienden que el gobierno es eso: sembrar confianzas sólo para los amigos del partido y recoger al menos los mismos votos cuatro años después. Por eso, al final, Moncloa se convierte en la sucursal principal donde se cuece lo que debería cocinarse honradamente en Ferraz.
Ejemplos no nos faltan. Echemos un vistazo a la prensa de este fin de semana para buscar a Narbona en los incendios de Canarias y la encontraremos salvando los muebles del Partido Socialista de Madrid. Analicemos el interés de la bien pagá de Carmen Calvo –una que fue ¡ministra de Cultura! – por retirarle los papeles de Salamanca a Castilla y León (PP) para dejarlo en casa de sus primos catalanes (PSC). O, por ejemplo, asombrémonos con el uso que hace De la Vega de sus funciones de portavoz del Gobierno: la fiesta del tiro al plato constante contra la oposición. Mezclar tanto se llama endogamia. Trabajar para media España con la recta intención de asegurarse el respaldo. A la otra mitad, que la zurzan con hilo verde. Echen un ojo a la legislatura y a ver dónde encuentran ese afán de servicio, esencial en la política, del que nos hablaban los sabios griegos. Más que a griego, al PSOE esto le suena a chino.
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