1 de octubre de 2007. Estamos de campaña. No hay otra explicación que nos aclare el por qué tantas extravagancias en estos meses previos a las elecciones generales.
Estamos de acuerdo en que los cambios de tiempo afectan a nuestros estados de ánimo, pero de ahí a lo que estamos viendo, hay un trecho interesante.
Díganme si no, a qué viene que los republicanos catalanes extremistas se hayan inclinado por incendiar la fototeca real, o por qué Ibarretxe se sale del tiesto anunciando la convocatoria de un referéndum sobre la independencia vasca. Son algunos de los personajes que hasta marzo forzarán titulares en la prensa. Su discurso está tan agotado y sus razones son tan aburridas, que necesitan llamar la atención para encontrar la mínima demostración de atención por parte de la sociedad.
Denme una respuesta coherente al cambio de actitud del ejecutivo de Zapatero sobre las insignias nacionales, al servilismo casual de Solbes para tragar con el despilfarro, o al inusitado desinterés de Bernat Soria para regular la eutanasia.
Y si investigan, cuéntenme, por favor, dónde ha metido Fernández de la Vega a Elena Espinosa, a Caldera y a Cristina Narbona. Parece como si les hubieran escondido para no enturbiar la imagen de activismo y progresismo del gobierno socialista...
Y luego está la oposición, que se pasa el día proponiendo medidas más o menos justas pero que después se quedan en el tintero porque les puede el miedo escénico a ser coherentes cuando están en el poder. Me refiero al PP, los demás partidos no son oposición real.
¿Y qué podemos aconsejarle a los que actúan en esta permanente obra de teatro? A los que lían la de San Quintín con el único afán de conseguir notoriedad, que les quepa el consuelo de que no son imprescindibles. España puede funcionar sin contar con ellos. Que se acojan a la intercesión de Francisco Frutos... A los hombres de Rajoy, que obras son amores. Y al Gobierno central, que echen un ojo a sus nuevas posturas electorales: cuando se avecinan las urnas se hace descaradamente del PP que critican constantemente: se convierte en feroces defensor de la roja y gualda y de los cheques-regalo, y padece un curioso complejo de inferioridad que les hace olvidarse de su afán por progresar hasta el límite en el campo de los derechos sociales. Son capaces hasta de parecer conservadores... Ver para creer.
Estamos de acuerdo en que los cambios de tiempo afectan a nuestros estados de ánimo, pero de ahí a lo que estamos viendo, hay un trecho interesante.
Díganme si no, a qué viene que los republicanos catalanes extremistas se hayan inclinado por incendiar la fototeca real, o por qué Ibarretxe se sale del tiesto anunciando la convocatoria de un referéndum sobre la independencia vasca. Son algunos de los personajes que hasta marzo forzarán titulares en la prensa. Su discurso está tan agotado y sus razones son tan aburridas, que necesitan llamar la atención para encontrar la mínima demostración de atención por parte de la sociedad.
Denme una respuesta coherente al cambio de actitud del ejecutivo de Zapatero sobre las insignias nacionales, al servilismo casual de Solbes para tragar con el despilfarro, o al inusitado desinterés de Bernat Soria para regular la eutanasia.
Y si investigan, cuéntenme, por favor, dónde ha metido Fernández de la Vega a Elena Espinosa, a Caldera y a Cristina Narbona. Parece como si les hubieran escondido para no enturbiar la imagen de activismo y progresismo del gobierno socialista...
Y luego está la oposición, que se pasa el día proponiendo medidas más o menos justas pero que después se quedan en el tintero porque les puede el miedo escénico a ser coherentes cuando están en el poder. Me refiero al PP, los demás partidos no son oposición real.
¿Y qué podemos aconsejarle a los que actúan en esta permanente obra de teatro? A los que lían la de San Quintín con el único afán de conseguir notoriedad, que les quepa el consuelo de que no son imprescindibles. España puede funcionar sin contar con ellos. Que se acojan a la intercesión de Francisco Frutos... A los hombres de Rajoy, que obras son amores. Y al Gobierno central, que echen un ojo a sus nuevas posturas electorales: cuando se avecinan las urnas se hace descaradamente del PP que critican constantemente: se convierte en feroces defensor de la roja y gualda y de los cheques-regalo, y padece un curioso complejo de inferioridad que les hace olvidarse de su afán por progresar hasta el límite en el campo de los derechos sociales. Son capaces hasta de parecer conservadores... Ver para creer.
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