12 de septiembre de 2007. Es tremendo que una alcaldesa como Regina Otaola haya sido amenazada de muerte por ser una española perdida entre los diabólicos batasunos, y ningún miembro del Gobierno haya tenido con ella, ni siquiera, un breve mensaje de apoyo y solidaridad. Dice Bono, el hombre que se ponía las medallas, que le llamó la atención sobre este particular al presidente y éste le contestó: "Sí, Pepe, ya hemos avisado al fiscal". Te cuentan que este diálogo es de un monólogo de humor, y si no fuera porque estamos hablando de que en Lizarza no hay lugar para los derechos humanos más básicos, entonces nos lo creeríamos con fe ciega.
Este tipo de sucesos son los que demuestran que Zapatero no es un presidente del Gobierno si no un dirigente exclusivista del PSOE. La mitad de España le importamos muy poco. Hay alcaldes de otro signo político diferente al suyo con el agua hasta el cuello y ni se inmuta: la indiferencia es el mejor desprecio. Además, los tristes episodios de Lizarza demuestran que a ZP, por mucho que diga, la bandera española se la trae al pairo. Así de claro. Luego, que venga Blanco declarando cositas bonitas de la patria. Hipocresía electoral barata.
Y lo más penoso no es eso. La bandera es un trozo de tela que representa muchas cosas, todas las que Maragall y Jordi Pujol, con el consentimiento de Montilla y el aplauso de Carod Rovira, el amigo del Dalai Lama, han escupido de sus bocas en el día de la Diada. Una vez más, Zapatero se esconde ante tales ofensas al país, como si prefiriera no contristar a los nacionalistas-independentistas fanáticos esos que van por ahí dividiendo con odio separatista en sus venas. Con esos desmelenados discursos, los hijos mimados de Zapatero, que ya han conseguido su estatuto de autonomía, reiteran que además de radicales son caprichosos: ahora quieren más, porque el egoísmo político y la insolidaridad de esta tribu no tiene límites. Con lo que están sembrando, después que no lloren cuando salga de la calle una ETA catalana...
Este tipo de sucesos son los que demuestran que Zapatero no es un presidente del Gobierno si no un dirigente exclusivista del PSOE. La mitad de España le importamos muy poco. Hay alcaldes de otro signo político diferente al suyo con el agua hasta el cuello y ni se inmuta: la indiferencia es el mejor desprecio. Además, los tristes episodios de Lizarza demuestran que a ZP, por mucho que diga, la bandera española se la trae al pairo. Así de claro. Luego, que venga Blanco declarando cositas bonitas de la patria. Hipocresía electoral barata.
Y lo más penoso no es eso. La bandera es un trozo de tela que representa muchas cosas, todas las que Maragall y Jordi Pujol, con el consentimiento de Montilla y el aplauso de Carod Rovira, el amigo del Dalai Lama, han escupido de sus bocas en el día de la Diada. Una vez más, Zapatero se esconde ante tales ofensas al país, como si prefiriera no contristar a los nacionalistas-independentistas fanáticos esos que van por ahí dividiendo con odio separatista en sus venas. Con esos desmelenados discursos, los hijos mimados de Zapatero, que ya han conseguido su estatuto de autonomía, reiteran que además de radicales son caprichosos: ahora quieren más, porque el egoísmo político y la insolidaridad de esta tribu no tiene límites. Con lo que están sembrando, después que no lloren cuando salga de la calle una ETA catalana...
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