Foto: EFE
16 de julio de 2007. Zapatero no entiende la soberanía popular dentro del partido. Eso, cuando pasa en la derecha, se llama tiranía. Hay muchos vericuetos internos dentro de un partido político que no se pueden saltar a la torera, y Zapatero los puentea con frecuencia. Pero no todo el problema está en la manera despótica de imponer criterios en el PSOE, ya que los socialistas nunca han reparado ni en el fondo ni en las formas: ellos sí que tienen miedo de perder el trono del poder, porque saben que después de cuatro años de deficiente gestión tienen mucho más difícil volver a un gobierno.
La cosa es que Zapatero no es el rey de la intuición, y hombre que coloca, político que fracasa. Ha sido claro el ejemplo de Miguel Sebastián como candidato a la alcaldía de Madrid, y pasará en Valencia con el ex ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla. Pero este afán es más evidente entre sus colaboradores más habituales: los ministros que le ayudan en su tarea de desmantelar España. Díganme que ha perdido el mundo al quitarse de en medio a Carmen Calvo o a María Antonia Trujillo, y díganme si tienen algún futuro los ministros actuales: ven un puesto político para Cristina Narbona, más allá de la ejecutiva del Partido Socialista de Madrid, o sea, nada. ¿Dónde colocarían después de las elecciones generales a Moratinos, a Caldera o a Magdalena Álvarez? Zapatero es especialista en quemar a la gente, tanto fuera como dentro del PSOE. Como dicen los empresarios, nos es capaz de hacer mejores a los que le rodean, de explotar todos sus talentos. Eso le pasa por ir tirando: cada día un rumbo nuevo, unas veces contradictorios y otras persistiendo en el error. Al tum tum: lo que los empresarios llaman no tener ni un plan A, ni una salida B. Los ministros del PP tienen más suerte. ¿Quién dice que a Rato, a Mayor Oreja o a Pilar del Castillo no le queda toda una vida política por delante? El ejemplo más rotundo: Esperanza Aguirre: de Educación, al Senado, y del Senado, a la gloria.
lunes, 16 de julio de 2007
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