20 de junio de 2007. No cualquiera vale para gobernar, como se demuestra todos los días en España. Muchos lo intentan pero sólo unos pocos son válidos para una misión tan importante. Gobernar no es mandar, por mucho que nuestros "representantes" se esfuercen por hacernos creer lo contrario. Mandar lo hace cualquiera con un poquito de carácter. Por ejemplo, cuando María Teresa Fernández de la Vega acude los viernes a las ruedas de prensa post Consejo de Ministros y muestra su lado feroz está mandando, lo mismo que cuando Mercedes Cabrera impone Educación para la Ciudadanía, o cuando un partido propone cumplir por obligación la disciplina de voto. Gobernar es un arte que requiere un poco más de preparación.
Un buen gobernante debe saber escuchar (cosa que no hacen sus señorías los diputados del Congreso o de cualquier parlamento regional, donde lo propio es hablar por el móvil, leer el periódico o hablar con los compañeros del grupo mientras suelta su discurso enlatado el diputado del bando contrario). Esperanza Aguirre es un referente en este aspecto: quiere más diálogo durante la presente legislatura entre las fuerzas políticas. Escuchar y dialogar sin tirarse los trastos a la cabeza delante de los medios de comunicación.
El buen gobernante debe tener autoridad: es creíble, es el primero en todo y da ejemplo a su partido y a los ciudadanos. No es lo mismo potestad que autoridad: la potestad te la otorgan los votos, la autoridad se gana a pulso. La honestidad y el espíritu de servicio son dos complementos básicos para el dirigente. Por eso, delimitar radicalmente la vida pública y la intimidad de los políticos ni es fácil ni aconsejable. El buen gobernante debe ser una persona íntegra, un referente de conducta y un brillante profesional. Para estos gobernantes idílicos, las preguntas parlamentarias no son una tontería y llegar puntuales a un pleno no es una responsabilidad exagerada.
Ejercer en los escaños sin tener madera de buen gobernante puede causar daños irreversibles: es como llevar una hormigonera sin saber conducir. No basta con dar bien en televisión o responder con contundencia al adversario. Si no sirve, que tenga la honra de marcharse: es lo mejor para él y para todos.
Un buen gobernante debe saber escuchar (cosa que no hacen sus señorías los diputados del Congreso o de cualquier parlamento regional, donde lo propio es hablar por el móvil, leer el periódico o hablar con los compañeros del grupo mientras suelta su discurso enlatado el diputado del bando contrario). Esperanza Aguirre es un referente en este aspecto: quiere más diálogo durante la presente legislatura entre las fuerzas políticas. Escuchar y dialogar sin tirarse los trastos a la cabeza delante de los medios de comunicación.
El buen gobernante debe tener autoridad: es creíble, es el primero en todo y da ejemplo a su partido y a los ciudadanos. No es lo mismo potestad que autoridad: la potestad te la otorgan los votos, la autoridad se gana a pulso. La honestidad y el espíritu de servicio son dos complementos básicos para el dirigente. Por eso, delimitar radicalmente la vida pública y la intimidad de los políticos ni es fácil ni aconsejable. El buen gobernante debe ser una persona íntegra, un referente de conducta y un brillante profesional. Para estos gobernantes idílicos, las preguntas parlamentarias no son una tontería y llegar puntuales a un pleno no es una responsabilidad exagerada.
Ejercer en los escaños sin tener madera de buen gobernante puede causar daños irreversibles: es como llevar una hormigonera sin saber conducir. No basta con dar bien en televisión o responder con contundencia al adversario. Si no sirve, que tenga la honra de marcharse: es lo mejor para él y para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario